opinología, randomness

Esta terrible sensación de asfixia

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Le compro mis huevos a un vendedor callejero. No siempre es el mismo, pero podría serlo: un puesto precario en la acera, en una esquina cualquiera de una zona residencial, sin horarios ni estabilidad, sin garantías para ninguna de las partes de la transacción: yo no sé si volveré a encontrarlo la próxima semana, él no sabe si encontrará clientes ese día o si un motorizado se llevará su puesto a doscientos por hora sin mirar hacia atrás. Los huevos parecen una mercancía frágil, pero no lo son más que las inestables relaciones sociales construidas con base en esta estructura social y económica artificial. La subsistencia del vendedor de huevos depende de la volatilidad de las medidas políticas tomadas por un gobierno veleidoso: si podrá vender sus huevos a un supermercado o en la calle, o si vendrá la Guardia Nacional y se los llevará todos como mercancía ilegal, nada de eso está en sus manos.

Vivir en Venezuela es navegar un extraño diagrama de Venn. El sistema legal, complejo, enrevesado, se compone de lo lógico y de lo ilógico -no matarás, no robarás, no harás públicos los precios del dólar en el mercado negro-, pero la obediencia a estas normas varía según la voluntad de quien esté de turno en el mando: es difícil saber qué te llevará a la cárcel, si matar a veinte personas o revender un kilo de harina. Un segundo conjunto de reglas no escritas rige la realidad: si no aprovechas las oportunidades que se te ofrecen eres un bobo, si no le ofreces un soborno al fiscal de tránsito te arriesgas a enfrentar su ira: todos saben cómo funciona el mundo, y este segundo conjunto de reglas es el espacio en el cual debes aprender a navegar: lo que es posible.

Es legal comprar tus dólares al gobierno a la tasa oficial, pero no es posible. Es posible comprarlos en el mercado negro a un precio absurdo, pero no es legal. Legal es hacer mercado a precios regulados, y conseguir harina, leche, huevos y aceite por menos de un día de salario mínimo. Pero lo que es posible es comprarlos a revendedores, a más de veinte veces el precio establecido por el gobierno. Intentar permanecer en la intersección de ese diagrama equivale a una nevera vacía, fiebre que no puede ser bajada, trámites que no pueden llevarse a cabo.

Ése es el lugar de donde proviene esta constante, terrible sensación de asfixia: de intentar vivir en la intersección de ese diagrama, de que mis opciones de juego disponibles consistan sólo de lo que es al mismo tiempo legal y posible, de tratar de permanecer dentro de un espacio que cada vez va reduciéndose más y más, a medida que los círculos se alejan y el sistema se cierra sobre mí, sobre todos los que, como yo, intentan preservar un mínimo de dignidad, un mínimo de ética.

A medida que el espacio se cierra, la necesidad de sobrevivir nos obliga a aventurarnos cada vez más en el espacio de lo posible. Es así como los controles excesivos originan mercados negros, culturas enteras de ilegalidad. Pero para un individuo, no se trata de mercados negros, sino de claudicaciones: vivir en Venezuela es una renuncia constante, y la renuncia última es a la noción de lo que es correcto, de lo que es ético, de lo que está bien.

En mi opinión, no es la esperanza lo último que se pierde: es el norte moral.

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3 comentarios en “Esta terrible sensación de asfixia

  1. G. Toro dijo:

    Te asfixia lo que te rodea pero veo que no te asfixias tú misma. Con eso basta. Cuando todos alrededor viajan hacia el sur de la ética, el lugar donde mejor se respira sigue siendo el norte. Moverse en la dirección opuesta y aceptar vivir en peores condiciones que los que te rodean porque hay barreras morales que no vas a romper nunca es una oportunidad impagable de colocarte a ti misma por encima de todos ellos. El norte seguirá estando por encima del sur porque por mucho que quieran darle la vuelta al mapa, no pueden darle la vuelta a la tierra. En todo estarás entonces por debajo en el escalafón pero en lo que realmente importa no y cuando se llega a esa altura, no hay asfixia de ningún tipo.

  2. Realmente si es sumamente díficil lo que estamos viviendo. El sueldo no alcanca más allá de un día, la incertidumbre es constante cuando ves que ni siquiera hay harina o pasta para comprar y mucho menos pollo o carne. Comer es un lujo, al igual que la luz o el agua potable. Valoramos cada instante en que tenemos un servicio básico o que comemos lo que en otros lugares sería algo normal. Sin embargo, a largo plazo genera miedo el no pensar qué habrá mañana ¿Habrá un mañana?

    Queda mucho trabajo por hacer y todavía hay gente que lucha por el país, el problema es que el trabajo de estos se lo llevan aquellos que se aprovechan de las circunstancias y que al final del día bajo un lema de disturbios o proselitismo, tienen algo que comer.

    Muy buen texto.

    Saludos.

    Chuck

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