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¿Cuántos minutos vale tu vida?: «El precio del mañana»

He leído algunos comentarios sobre la película El precio del mañana (In Time: 2010, Justin Timberlake y Amanda Seyfried), y por lo visto, el consenso general es considerarla una película cotufera, sin demasiadas pretensiones. A José Luis y a mí, por otra parte, nos dio al menos un rato de conversación. La historia ocurre en un mundo distópico (y a mí me encantan las historias distópicas) donde el tiempo es dinero, de la manera más literal. Cada persona lleva consigo un reloj que indica el saldo de su cuenta bancaria: el tiempo de vida que le queda. Una persona pobre vive al día: trabaja un día y gana uno o dos días más de vida, con las que tiene que pagar la comida, el alquiler, el autobús. Este reloj comienza a andar a los veinticinco años, momento a partir del cual cada persona tiene un año más de vida: puedes “ganar” tiempo, o llegar al final de la cuenta regresiva y morir de un ataque cardiaco. Los ricos, por otra parte, pueden vivir para siempre.

Uno de los afiches de "In Time"

Uno de los afiches de "In Time"

Como odio los spoilers, no les contaré el argumento de la película: pueden leerlo en Wikipedia. Pero, partiendo únicamente de la premisa que les acabo de contar, no creo que el mundo distópico de Andrew Niccol se diferencie demasiado del mundo real. Nuestra forma de ganar dinero es hipotecar nuestro tiempo de vida (nuestro recurso más escaso) para poder suplir nuestras necesidades básicas. El dinero es apenas un símbolo para ese intercambio.

Al salir del cine fuimos a comer, y llegamos a una conclusión sencilla, que es muy personal, pero que a nosotros nos sirve para (medio) entender el mundo: una forma de pensar en la pobreza es comparar el tiempo que nos toma ganar el dinero versus el tiempo que nos toma hacer algo que nos agrada con ese dinero. Hay, por supuesto, cosas maravillosas en la vida que son gratis. Pero, por ejemplo, si un libro me cuesta 200 bs., leer ese libro me toma dos horas, y ganar los doscientos bolívares me toma seis, siempre voy a pasar la mayor parte de mi tiempo en el trabajo.
Estoy consciente de que esto es simplificar demasiado. Aguanten conmigo un par de párrafos más, para que vean a dónde quiero llegar.

Los japoneses y la burbuja rota

Cuando las grandes empresas en Tokio debieron reducir su personal a raíz de la crisis económica, ocasionando la pérdida del empleo para miles de japoneses, todos vimos, al día siguiente, las escenas de los parques en Japón llenas de personas que lo habían perdido todo de un día para el otro, la gente viviendo en cibercafés porque no podían pagar un alquiler. ¿Qué ocurría? Estas personas vivían al día. Algunos ganaban buenos sueldos y mantenían un tren de vida relativamente alto, otros sobrellevaban con tranquilidad su clase media, pero sus autos, sus casas y hasta sus muebles eran alquilados, y por eso, al perder sus trabajos lo perdieron todo. No tenían ahorros, y dependían por completo de sus salarios. Su nivel de egreso y su nivel de ingreso daban como resultado un balance de cero. En consecuencia, eran como hámsters corriendo en una ruedita de plástico: si vives al día, sólo trabajas para poder pagar lo indispensable para poder ir a trabajar de nuevo al día siguiente, y estás (¿estamos?) atrapado en un ciclo vicioso del que es muy difícil escapar.

¿Cuántas horas vale ese par de zapatos?

Cuando voy a casa, suelo ver Discovery Home&Health con mi mamá. (Nos gusta ver No te lo pongas, Diez años menos y ese tipo de programas). En H&H hay un show llamado Niñas consentidas, que se trata de mujeres que tienen problemas porque gastan mucho más de lo que ganan. Uno de los principios más básicos que les enseñan (y que, sorprendentemente, parece resultarles un shock) es calcular cuántas horas de trabajo (con su sueldo actual) necesitarían para comprar esa cartera, ese par de zapatos o esos jeans. Si nunca han hecho el ejercicio, les invito: dividan su sueldo actual entre veintidós días, y luego entre el número de horas que trabajan al día. (Ésa no es la forma de calcular el sueldo por hora en la Ley del Trabajo, pero nos va a servir para obtener una cifra lo más realista posible). Luego, calculen cuántas horas de su vida les costó el último par de zapatos que se compraron, o la laptop, o su celular. Para alguien con problemas de compra compulsiva, puede tener mucho sentido sopesar si desea tanto ese par de zapatos como para trabajar cuatro días por ellos.

Un concepto interesante que suelo ligar con esto, es el de costo por uso. Muchas personas que conozco (la mayoría mujeres, supongo que por el bombardeo publicitario) tenemos problemas de acumulación de objetos: somos hoarders en potencia, hoarders de ropa, zapatos y productos de higiene y belleza. De modo que hagan esto: la próxima vez que quieran comprar un objeto cualquiera, calculen cuántas veces podrán usarlo (teniendo en cuenta su calidad, su utilidad, si les sirve para la vida diaria o si es de lujo) y dividan su costo entre ese número de veces. La cifra resultante, es el costo que tiene ese objeto cada vez que lo usan. Siguiendo este principio, por ejemplo, un refrigerador, que cuesta un montón de dinero, no es algo caro, porque lo usarán todos los días por muchos años y ese costo se distribuirá a lo largo de ese tiempo. Un abrigo de diseñador, por otra parte, es caro; pero es mucho más caro si viven en un clima de verano y lo van a usar dos veces al año.

Una vez habiendo comprendido el valor en horas de un objeto, y su costo por uso, podemos apreciar en perspectiva el hecho de que cada objeto que compramos ocupa un espacio en nuestras vidas (el tiempo que ocupamos lavando, planchando, doblando y guardando una prenda de ropa, por ejemplo) y llega el momento en que sólo querremos tener en nuestras vidas aquellos objetos cuyo valor intrínseco lo amerite (cuya utilidad o belleza haga mejores nuestras vidas de algún modo).

Cómo se mide el valor de nuestro trabajo

Aquí voy con un concepto de libro de autoayuda: la retribución económica que nos otorgue nuestro trabajo no debería ser el único valor o beneficio que obtengamos de él. Pero voy a soportar esta conclusión con el argumento más prosaico que existe: si la ganancia económica de nuestras horas de trabajo es tan baja, por ejemplo, que nos tomaría doscientas horas comprarnos un iPad, nuestras vidas deberían mejorar si aumentamos el valor de esas horas. Pero este aumento no tiene que ser en dinero.

A pesar de que mi sueldo es decente, cubre mis necesidades y no debería ser motivo de queja, lo cierto es que con la inflación que hay, no me alcanza para hacer otras cosas que quisiera, como viajar, o tener una casa propia, o comprar ropa nueva con frecuencia (sí, soy jevita). Sin embargo, la percepción en mi mente me dice que mi sueldo es más alto de lo que realmente es, y esto tiene sentido porque mi trabajo me gusta, mi equipo está compuesto de personas agradables, mi jefe es comprensivo y voy a trabajar con alegría, con la percepción (¿incorrecta?) de que la remuneración que obtengo es mayor que el quince y último que me pagan.

Supongo que no todos tenemos esa suerte. Sin embargo, al menos a mí, que solía ser una amargada prematura y una malcriada insoportable, adquirir la perspectiva de esta filosofía barata de la vida me ha ayudado a ser una persona más centrada y con mayor sensación de control sobre mi vida, sobre el uso de mis horas y también sobre mi actitud ante las compras compulsivas y la acumulación de objetos.

Tengo otras filosofías baratas que me ayudan a enfrentar la vida. Si quieres leer más sobre esto, puedes suscribirte a mi blog por RSS o por correo electrónico. También, si tienes Twitter, puedes seguirme: hablo de libros, películas, peleas cotidianas y cosas similares bajo el usuario @mariannedh.

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